Té eternamente las misericordias del Señor
1. “Vengan, cantemos al Señor con alegria; cantemos a nuestro protector y salvador. Entremos a su presencia con gratitud, y cantemos himnos en su honor”.(Sal 95, 1-2)
“Oh Dios que te alaben los pueblos; que las naciones griten de alegría” (Sal 67, 3-4).
Hermanos:
Les doy una cordial bienvenida a todos. Con las palabras de bienvenida me acerco a los sacerdotes, diáconos permanentes con sus familiares, religiosas y fieles de todas nuestras parroquias, Zonas Pastorales y comunidades que pertenecen a cada parroquia. Un cordial saludo a las Autoridades Civiles. Que la abundancia de las gracias jubilares sea compartida por todos nosotros aquí presentes. Que estas gracias lleguen también a sus familias y seres queridos, tanto aquí en el país como en el mundo.
Citando al Papa Francisco, recordamos hoy por qué estamos aquí y por quién venimos y por quién vivimos hoy:
«Spes non confundit», «la esperanza no defrauda» (Rm 5,5). Bajo el signo de la esperanza el apóstol Pablo infundía aliento a la comunidad cristiana de Roma. La esperanza también constituye el mensaje central del (…) Jubileo, que según una antigua tradición el Papa convoca cada veinticinco años. Pienso en todos los peregrinos de esperanza que llegarán a Roma para vivir el Año Santo y en cuantos, no pudiendo venir a la ciudad de los apóstoles Pedro y Pablo, lo celebrarán en las Iglesias particulares. Que pueda ser para todos un momento de encuentro vivo y personal con el Señor Jesús, «puerta» de salvación (cf. Jn 10,7.9); con Él, a quien la Iglesia tiene la misión de anunciar siempre, en todas partes y a todos como «nuestra esperanza» (1 Tm 1,1).” (Bula...No 1)
Queridos hermanos
Vivimos en un mundo donde la falta de perspectivas de una vida digna en el futuro genera en nosotros sentimientos contradictorios: de la confianza al miedo, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda. “A menudo nos encontramos con personas desalentadas que miran hacia el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera traerles la felicidad”. Por eso recibimos la misión de Jesucristo mismo por medio del Espíritu Santo, que también a nosotros nos ha ungido con la Santa Crisma para que seamos miembros de Cristo, sacerdote, profeta y rey. Hemos recibido este don sin ningún mérito por nuestra parte para mantener la llama de la esperanza que se nos ha dado y hacer todo lo posible para que cada uno recupere la fuerza y la seguridad, para mirar al futuro con confianza en el corazón. Todos lo necesitamos. Por eso todos nos convertimos en “Peregrinos de la Esperanza”.
2. Comenzamos el “Año de gracia del Señor; El Año Jubilar”, en un momento especial del año litúrgico, es decir, en el tiempo en el que nuestros pensamientos se dirigen a Cristo nacido de María, a José, que se convirtió en esperanza para el futuro de Jesús, a María, que se convirtió en Madre de la esperanza.
Viviendo el tiempo de Navidad, recordamos la actitud de María que, antes de dar a luz a Jesús, se apresuró a ir hacia su parienta Isabel para compartir con ella la Esperanza que ya está entre nosotros en la persona del Hijo ya concebido. María, Madre de la Esperanza, lo hizo inmediatamente, sin demora, con celo y convicción.
3. La Iglesia nos invita precisamente en estos días a emprender el camino, también casi sin demora, con el fervor del corazón y la convicción. Lo hace en relación con el Año Santo, que el Papa Francisco inauguró solemnemente en la víspera de Navidad.
”No es casual que la peregrinación exprese un elemento fundamental de todo acontecimiento jubilar. Ponerse en camino es un gesto típico de quienes buscan el sentido de la vida. La peregrinación… favorece mucho el redescubrimiento del valor del silencio, del esfuerzo, de lo esencial” (Bula...No5).
Toda nuestra “vida cristiana es un camino, que también necesita momentos fuertes para alimentar y robustecer la esperanza, compañera insustituible que permite vislumbrar la meta: EL ENCUENTRO CON EL SEÑOR JESÚS”.(No5)
Pongámonos, pues, en camino con Cristo, que es «el Verbo hecho carne y habitó entre nosotros». Pongámonos en camino con Aquel que es nuestra ESPERANZA. "Dejémonos conducir por lo que el Apóstol Pablo escribió precisamente a los cristianos de Roma" sobre LA ESPERANZA. Comencemos nuestro camino recordando las palabras de Jesús en el Evangelio de la celebración de hoy de apertura del Año Jubilar en nuestra diócesis de Ciego de Ávila. No es casualidad que leamos hoy un pasaje del Evangelio de San Lucas, que los teólogos llaman como el «Evangelio de la Divina Misericordia».
Jesús viene a la sinagoga de su ciudad natal de Nazaret. “Se puso de pie para leer las Escrituras”(Lc 4, 16). Entonces se le dio el libro del profeta Isaías. Después de desarrollar el libro, leyó el siguiente texto:
«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor».(Lc 4, 18-19).
4. Las palabras del profeta Isaías se referían al Mesías. Jesús es el Mesías anunciado por el Profeta, que con Él ha comenzado el "tiempo" de la gracia, ha llegado el día de la salvación. Todos los Jubileos se refieren de alguna manera a este "tiempo". Es Jesús quien ha venido «ungido por el Espíritu Santo», anuncia la Buena Nueva a los pobres, trae la libertad, libera a los oprimidos y restaura la vista a los ciegos. De este modo, Cristo realiza el "año de gracia del Señor". El Jubileo, es decir, el «tiempo de gracia del Señor», es un rasgo característico de la actividad de Jesús.
El Jubileo es para la Iglesia precisamente «tiempo de gracia», tiempo de perdón de los pecados y también de castigo por los pecados, tiempo de reconciliación entre los disputados, de múltiples conversiones, tiempo de penitencia. Es el tiempo de la esperanza que Cristo nos da, como dice San Pablo Apostol en la carta a los Romanos, esa esperanza que «no puede defraudarnos», porque se basa en el amor de Dios, es decir, en la certeza de que, independientemente de lo que hagamos, nunca estamos solos. Las esperanzas humanas son a menudo nuestros sueños, proyectos que, frente a la realidad, resultan frágiles y vacilantes. Por eso es necesario que busquemos esta esperanza duradera y fuerte. La encontramos en la Persona de Jesucristo. Él es nuestra Esperanza.
Al final del pasaje leído del libro del profeta Isaías, Jesús añade: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acaban de oír»(Lc 4, 20). Expliquemonos la palabra pronunciada por Jesus “HOY”, porque es fundamental para nosotros que entiendamos nuestra mision para este “tiempo de la gracia de Dios”. Este “hoy” de Jesús continúa hasta el día de hoy. Este «hoy» de Jesús sigue siendo actual en el año de la esperanza. Este “hoy” de Jesús debe realizarse en cada uno de nosotros y a través de nosotros, que hemos sido incorporados a Cristo por el bautismo. Él, Cristo, al inicio de su actividad misionera, señaló a aquellos a quienes debemos llevar la esperanza. El Papa Francisco nos los recuerda en la bula cuando habla de signos de esperanza. «Que se ofrezcan signos de esperanza a los enfermos(...), los jóvenes(...), los migrantes(...), los ancianos(...), los abuelos y las abuelas, que representan la transmisión de la fe y la sabiduría de la vida a las generaciones más jóvenes(...), los pobres, que carecen con frecuencia de lo necesario para vivir(...)”.
En este contexto citemos las palabras del Papa Francisco de Bula para el Ano Jubilar:
”Haciendo eco a la palabra antigua de los profetas, el Jubileo nos recuerda que los bienes de la tierra no están destinados a unos pocos privilegiados, sino a todos. Es necesario que cuantos poseen riquezas sean generosos, reconociendo el rostro de los hermanos que pasan necesidad. Pienso de modo particular en aquellos que carecen de agua y de alimento. El hambre es un flagelo escandaloso en el cuerpo de nuestra humanidad y nos invita a todos a sentir remordimiento de conciencia. Renuevo el llamamiento a fin de que «con el dinero que se usa en armas y otros gastos militares, constituyamos un Fondo mundial, para acabar de una vez con el hambre y para el desarrollo de los países más pobres, de tal modo que sus habitantes no acudan a soluciones violentas o engañosas ni necesiten abandonar sus países para buscar una vida más digna»”(No 16).
5. El año jubilar, año de la gracia de Dios, ha de ser un año en el que una vez más, especialmente nosotros los sacerdotes y las personas consagradas, debemos recordar nuestro compromiso con nuestro Maestro y Señor de llevar a cabo la misión que Dios nos ha encomendado con estas palabras: «Vayan por todo el mundo y anuncien a todos este mensaje de salvación» (Mc 16, 15). – con este espíritu, deseo pedirles a todos una oración ferviente al Padre, que es nuestra Esperanza, para que nos dé los nuevos misioneros y misioneras de la esperanza tan deseados para nuestra diócesis –
«Que este «año de gracia del Señor» sea proclamado por todos nosotros, los «peregrinos de la esperanza», con obras de caridad, con el compromiso de forjar una cultura de solidaridad con aquellos a quienes la vida cotidiana niega este «privilegio». Que el espectro de la falta de trabajo, de vivienda, de salud o de oportunidades de formación no ensombrezca la alegría de vivir el Año jubilar. Es necesario que todos los responsables de la configuración de la vida social en nuestro país hagan todo lo posible para que los cambios se realicen en beneficio de todos, especialmente de los más pobres» (cf. Juan Pablo II).
Mis Queridos Hermanos,
Que el Señor nos bendiga a todos durante todo el Año Jubilar. Que nos abra los ojos a todos los signos de ESPERANZA y nos haga a nosotros mismos SIGNOS DE ESPERANZA que no defrauda.
AMÉN.